México ante el nuevo orden comercial internacional: desafíos y lecciones ante la expansión industrial china

I. INTRODUCCIÓN

La globalización, entendida como el libre flujo de bienes, capitales y tecnologías entre economías abiertas, está entrando en una fase de reconfiguración estructural. El ascenso industrial de China, la guerra comercial con Estados Unidos y la creciente fragmentación geopolítica están dando forma a un nuevo orden económico internacional. En este contexto, México enfrenta retos significativos como economía altamente integrada al mercado global, especialmente en América del Norte. Analizamos las principales tendencias derivadas del modelo exportador chino, la reacción europea ante este fenómeno y la advertencia planteada desde el ámbito nacional, para extraer lecciones críticas para el sistema comercial e industrial de México.

II. EL “TSUNAMI” EXPORTADOR CHINO: CAUSAS, ESTRATEGIAS Y CONSECUENCIAS

La acelerada expansión industrial de China está generando una oleada de exportaciones que comienza a tener repercusiones significativas en las economías de Estados Unidos, Europa y diversas regiones del mundo. A partir de una estrategia estatal deliberada, articulada a través del sistema bancario y el aparato productivo, el país asiático ha redireccionado su modelo económico con el propósito de consolidar una posición dominante en la manufactura global, particularmente en sectores de alto valor agregado como el automotriz, el electrónico y el petroquímico.

Este viraje se ha apoyado en un vasto programa de financiamiento industrial impulsado por bancos estatales, que tan solo en los últimos cuatro años han colocado cerca de 1.9 billones de dólares en préstamos destinados a fortalecer la capacidad productiva del sector manufacturero. Esta política ha permitido el surgimiento de megaproyectos industriales en los márgenes de las principales ciudades chinas, donde nuevas fábricas —modernas, automatizadas y orientadas a la exportación— se erigen a un ritmo ininterrumpido. El caso del fabricante automotriz BYD es emblemático: sus nuevas plantas duplican en capacidad a la histórica sede de Volkswagen en Wolfsburg, Alemania.

En paralelo, empresas como Zeekr y Huawei han ampliado su infraestructura tecnológica, integrando miles de robots industriales de fabricación nacional, lo que les permite mejorar su eficiencia y reducir costos de producción. Huawei, por ejemplo, ha inaugurado un centro de investigación en Shanghái que alberga a 35 mil ingenieros y cuya superficie es diez veces mayor que la sede de Google en Silicon Valley, lo cual simboliza la escala de la ambición china en materia de innovación.

El crecimiento acelerado de las exportaciones ha encendido alarmas en diversas economías, dado que el fenómeno se presenta en un contexto de sobrecapacidad global y de competencia desleal percibida, producto de subsidios ocultos, financiamiento preferencial y condiciones laborales que no siempre observan estándares internacionales. Como reacción, países como Estados Unidos han endurecido su política comercial mediante el incremento de aranceles, que en el caso de los vehículos eléctricos chinos ya alcanzan hasta el 181%. La Unión Europea, por su parte, impuso en octubre pasado derechos de hasta el 45% tras detectar prácticas de subsidio encubierto. Estas medidas forman parte de una respuesta global que, aunque fragmentada, refleja una creciente preocupación por el impacto sistémico del modelo exportador chino.

En el fondo, esta reconfiguración responde a una necesidad interna. Tras el estallido de la burbuja inmobiliaria en 2021 —un sector que durante décadas sostuvo el crecimiento económico—, el gobierno chino optó por desviar recursos del financiamiento inmobiliario hacia el aparato industrial. Este giro ha convertido a China en el principal productor manufacturero del planeta, con una participación superior al 32% de la producción industrial global, superando en conjunto a economías como Estados Unidos, Alemania, Japón, Corea del Sur y el Reino Unido. El país no solo ha recuperado su ventaja competitiva basada en costos, sino que ha escalado rápidamente hacia segmentos tecnológicos avanzados, desplazando a industrias tradicionales en países desarrollados y en desarrollo.

El impacto de esta ofensiva industrial ha sido particularmente visible en sectores estratégicos. En el automotriz, los fabricantes chinos han capturado cuotas crecientes en mercados como Australia, el Sudeste Asiático y América Latina. En México, por ejemplo, su participación pasó del 0.3% en 2017 a más del 20% en 2024. Asimismo, en el ámbito petroquímico, China ha instalado más capacidad de refinación en cinco años que la que Europa, Japón y Corea del Sur han desarrollado en conjunto desde la Segunda Guerra Mundial. Este crecimiento no solo refleja una ventaja competitiva, sino una ambición geoeconómica de largo plazo que busca controlar cadenas de valor completas.

Sin embargo, este modelo presenta debilidades estructurales. El mercado doméstico chino no ha podido absorber la creciente producción, debido a la contracción del consumo interno tras la crisis inmobiliaria. La clase media ha visto mermados sus ahorros, mientras que muchas familias han perdido activos significativos con la depreciación del valor de sus propiedades. En este escenario, el consumo privado permanece estancado, y el crecimiento se sostiene en gran medida por la demanda externa.

Esta fragilidad interna ha generado un incipiente debate entre economistas chinos, quienes han comenzado a cuestionar las prioridades fiscales del gobierno. Aunque existen recursos disponibles, el gasto social sigue siendo limitado. La pensión mínima mensual, por ejemplo, era de apenas 17 dólares a inicios de 2024, y aunque se solicitó públicamente multiplicarla para estimular el consumo, el incremento aprobado fue de solo 3 dólares. En contraste, el presupuesto gubernamental incluyó 100 mil millones de dólares para inversiones en infraestructura logística —como puertos— y un nuevo programa para modernizar la manufactura en 20 ciudades estratégicas.

Este desequilibrio entre la orientación productiva y la debilidad del consumo interno pone en evidencia una apuesta de China por mantener su hegemonía industrial a costa de un bienestar social limitado. La estrategia busca, ante todo, garantizar empleo, estabilidad política y liderazgo geoeconómico, aunque eso implique tensiones internacionales crecientes y presiones sobre el orden comercial vigente.

En suma, el avance del modelo industrial chino plantea desafíos estructurales al comercio global. La escala de su expansión manufacturera, la agresividad de su estrategia exportadora y la resistencia a reequilibrar su economía hacia el consumo interno, obligan a las economías del mundo —especialmente a aquellas con sectores industriales vulnerables— a repensar sus políticas comerciales, tecnológicas y sociales. El “tsunami” de las exportaciones chinas no solo es un fenómeno económico: es también una advertencia sobre el tipo de globalización que se está configurando para las próximas décadas.

III. EUROPA FRENTE AL REDIRECCIONAMIENTO DEL COMERCIO CHINO

La reciente imposición de aranceles por parte de Estados Unidos a los productos de origen chino ha intensificado la preocupación de la Unión Europea ante una posible avalancha de mercancías provenientes de China, que podría desestabilizar industrias clave del continente. Este fenómeno, que ha sido interpretado como una amenaza de dumping a gran escala, afecta directamente a sectores como el automotriz, la electrónica, el acero y los bienes de consumo, generando un estado de alerta en las principales economías europeas.

Durante años, la relación comercial entre China y Europa ha estado marcada por un creciente déficit y por una asimetría estructural: mientras las exportaciones chinas han crecido aceleradamente, las empresas europeas enfrentan serias dificultades para acceder de manera equitativa al mercado chino, debido a barreras regulatorias, subsidios estatales y una fuerte intervención del Partido Comunista en el ámbito económico. Tan solo en 2023, el déficit comercial europeo con China alcanzó los 332 mil millones de dólares, lo cual ha llevado a Bruselas a redefinir su postura frente a este “rival sistémico”.

La posibilidad de que los productos chinos redirigidos desde el mercado estadounidense inunden Europa ha catalizado un cambio de tono en la Comisión Europea, que ha comenzado a adoptar una postura más firme. Ursula von der Leyen, presidenta del organismo, ha advertido públicamente que la Unión Europea no absorberá el exceso de capacidad mundial ni permitirá prácticas de dumping que pongan en riesgo a los sectores industriales del continente. En respuesta, se ha conformado un grupo de trabajo especializado para monitorear el comportamiento de las importaciones chinas y detectar señales de competencia desleal.

Sin embargo, esta visión no es unánime dentro del bloque europeo. Existen profundas divergencias en torno a cómo gestionar la relación con Pekín. Mientras que la Comisión Europea promueve un enfoque cauteloso y reglado, algunos gobiernos nacionales —como el de España, encabezado por Pedro Sánchez— han optado por estrechar sus lazos con China, considerando que una relación más fluida podría proteger a sus economías frente al proteccionismo estadounidense. El gesto simbólico de Sánchez estrechando la mano del presidente Xi Jinping fue leído como una apuesta por el diálogo, incluso mientras Bruselas exigía garantías firmes contra el dumping. Alemania, por su parte, ha mostrado reservas frente a la imposición de aranceles a vehículos eléctricos chinos, temerosa de que ello provoque represalias contra su propia industria automotriz, altamente expuesta al mercado chino.

Estas diferencias han puesto a prueba la cohesión del bloque. Expertos como Theresa Fallon, del Centro de Estudios sobre Rusia, Europa y Asia, señalan que Europa se encuentra en una etapa de debate interno profundo sobre qué postura adoptar frente a China. Mientras algunos países priorizan la inversión extranjera directa y la generación de empleos —especialmente en un contexto de bajo crecimiento económico—, otros advierten sobre los riesgos de dependencia estructural y erosión de capacidades industriales propias.

En paralelo, China ha desplegado una estrategia diplomática para proyectarse como un socio confiable frente al “huracán” proteccionista que sopla desde Washington. A través de canales oficiales y medios de comunicación influyentes en Bruselas, como Euractiv, el gobierno chino ha promovido una narrativa de colaboración estratégica con Europa, minimizando las tensiones y destacando intereses comunes. Esta campaña se complementa con gestos de buena voluntad, como el anuncio de la reanudación de negociaciones sobre los aranceles europeos a vehículos eléctricos y las cadenas de suministro.

Por el momento, ambas partes parecen optar por la moderación. Mientras Pekín insiste en la cooperación económica y en la resistencia conjunta al unilateralismo, Bruselas mantiene una línea pragmática, exigiendo reciprocidad sin cerrar del todo las puertas al diálogo. El comisario de Comercio europeo, Maros Sefcovic, ha liderado conversaciones recientes con sus homólogos chinos en Pekín, en las que si bien se reiteraron las preocupaciones sobre el desequilibrio comercial, también se acordó continuar el diálogo técnico sobre mecanismos de vigilancia y fijación de precios.

En este contexto, se perfila como evento clave la cumbre UE-China, prevista para la segunda mitad del año. Esta reunión podría definir el rumbo de las relaciones comerciales bilaterales en un momento en que Europa se esfuerza por preservar su tejido industrial, contener sus vulnerabilidades estratégicas y evitar convertirse en el terreno de juego de una guerra comercial entre potencias. Como señaló recientemente Liana Fix, analista del Consejo de Relaciones Exteriores, “Europa solo espera llegar al verano con todo intacto, más o menos, y prepararse para lo que venga después”.

Así, Europa transita una delgada línea entre la defensa de su soberanía económica y la necesidad de mantener abiertos los canales de cooperación con uno de sus principales socios comerciales. Frente a un entorno global cada vez más volátil, la respuesta europea deberá equilibrar firmeza, coordinación interna y visión estratégica de largo plazo.

IV. LA ADVERTENCIA MEXICANA: RIESGOS DE DESINDUSTRIALIZACIÓN

Durante su participación en la 81ª Asamblea Anual de la Cámara de la Industria de Transformación de Nuevo León (CAINTRA), el exembajador de México en China y actual socio de DGA Group, Jorge Guajardo, planteó una advertencia clara: la era de la globalización ha terminado. Según explicó, los cambios geopolíticos y el escalamiento de la guerra comercial entre Estados Unidos y China están dando forma a un nuevo orden económico internacional, donde el comercio global ya no responde exclusivamente a las reglas del mercado, sino a consideraciones estratégicas, de seguridad y soberanía industrial.

En ese contexto, Guajardo subrayó que el conflicto comercial ha comenzado a restringir el acceso de los consumidores estadounidenses a tecnologías de vanguardia, alterando las cadenas globales de valor y empujando a los productos chinos —especialmente automóviles— hacia mercados como el mexicano. Esta desviación de flujos comerciales, lejos de representar una oportunidad, entraña riesgos sustanciales para la estructura industrial de México.

El exembajador fue enfático al señalar que los vehículos chinos que actualmente ingresan al país no incorporan insumos o componentes de empresas mexicanas como Vitro (parabrisas), Draxton (frenos), Nemak (componentes de motor) o Ternium (acero). En consecuencia, dichas importaciones no generan valor en territorio nacional, no promueven encadenamientos productivos ni impulsan el empleo. Por el contrario, desplazan a la industria automotriz y de autopartes nacional, que ha sido históricamente uno de los principales motores del empleo formal en México.

La amenaza no es menor. Guajardo advirtió que la entrada continua de vehículos chinos, bajo un arancel del 20%, podría desencadenar un proceso de desindustrialización, al debilitar gravemente la competitividad de la industria nacional frente a una oferta extranjera que se beneficia de subsidios, economías de escala y prácticas comerciales agresivas. El nivel arancelario actual, afirmó, resulta tan bajo que «les da risa» a los fabricantes asiáticos.

Más allá de la metáfora, su mensaje constituye una crítica frontal a la política arancelaria de México frente a China, y un llamado urgente a revisar los instrumentos de defensa comercial disponibles. De acuerdo con su diagnóstico, permitir el ingreso masivo de bienes terminados que no generan valor agregado nacional representa una renuncia tácita al modelo de industrialización por sustitución estratégica, que ha sido clave en la evolución del sector automotriz mexicano en las últimas décadas.

Asimismo, advirtió que la presión política desde Estados Unidos para restringir aún más las importaciones chinas podría trasladarse hacia México. Si el país no actúa con visión y decisión, podría convertirse en el nuevo punto de entrada de productos asiáticos al mercado norteamericano, exponiéndose a sanciones, conflictos diplomáticos y al debilitamiento progresivo de su base industrial.

El análisis de Guajardo, basado en su experiencia diplomática y conocimiento del contexto asiático, coincide con los desafíos más amplios que enfrenta el sistema comercial mexicano. En un entorno donde la lógica de la globalización se ha visto reemplazada por dinámicas de competencia estratégica, el país no puede seguir operando con instrumentos del pasado. Se requiere, con urgencia, una política comercial coherente con la defensa de su industria, una estrategia de desarrollo de proveedores nacionales, y una revisión profunda del marco arancelario y de prácticas desleales.

Lo que está en juego no es solo la participación de mercado, sino la viabilidad misma del modelo de industrialización que México ha construido durante décadas. La llegada de productos chinos sin integración local no solo representa una amenaza económica, sino un riesgo estructural para la estabilidad del empleo, la inversión productiva y la soberanía tecnológica del país.

V. LECCIONES PARA EL SISTEMA COMERCIAL DE MÉXICO

  1. Diversificar mercados: México debe reducir su dependencia estructural de Estados Unidos y explorar nuevas alianzas comerciales que garanticen reciprocidad. Ello implica fortalecer su presencia en América Latina, Asia-Pacífico y la Unión Europea mediante estrategias proactivas de diplomacia comercial.
  2. Reforzar la política industrial: Se requiere una estrategia nacional que promueva el desarrollo de sectores con potencial tecnológico y alto valor agregado, con encadenamientos productivos locales. Esta estrategia debe incluir incentivos fiscales, financiamiento público-privado y una agenda de innovación tecnológica.
  3. Fortalecer la defensa comercial: Es urgente modernizar los mecanismos de investigación en prácticas desleales y aplicar medidas correctivas cuando sea necesario. La Unidad de Prácticas Comerciales Internacionales debe contar con recursos suficientes y metodologías más robustas para actuar ágilmente.
  4.  Establecer sistemas de monitoreo comercial: Se deben implementar alertas tempranas ante flujos atípicos de importación que puedan afectar a sectores clave. Esto implica coordinar esfuerzos entre aduanas, secretarías sectoriales e institutos de estadística y competitividad.
  5. Revisar la IED con criterios estratégicos: La atracción de inversión extranjera debe estar alineada con objetivos de desarrollo nacional, y no basarse solo en el corto plazo. Se deben evitar proyectos que generen enclaves sin integración productiva local.
  6. Defender principios multilaterales: México debe continuar su defensa del comercio justo en foros internacionales, promoviendo la transparencia, la rendición de cuentas y el cumplimiento efectivo de reglas ante prácticas desleales.
  7. Construir una política comercial integral: Es necesario ir más allá de los tratados y crear un sistema de gobernanza comercial que articule promoción, regulación, defensa y evaluación. Esto incluye una mayor coordinación interinstitucional y participación del sector privado.

VI. CONCLUSIONES GENERALES

El comercio mundial está siendo reconfigurado por tensiones geoeconómicas, subsidios industriales y el reposicionamiento estratégico de potencias como China. México, como economía intermedia e industrializada, debe adaptar su estrategia para no quedar atrapado entre las potencias ni resignarse a una condición pasiva. La defensa de su industria, la promoción de encadenamientos productivos y la articulación de una visión comercial de largo plazo son hoy más urgentes que nunca.

La alternativa no es entre apertura o proteccionismo, sino entre dependencia pasiva o soberanía productiva con integración inteligente. Solo mediante una estrategia comercial moderna, proactiva y articulada con su política industrial, México podrá enfrentar con éxito los retos del nuevo orden comercial internacional y aprovechar las oportunidades de reposicionamiento regional que el nuevo contexto ofrece.

 

 

Fuente: https://rafael-huerta-vrijhandel.blogspot.com/2025/04/mexico-ante-el-nuevo-orden-comercial.html

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